martes, septiembre 25, 2007

FASA go home

Hubo un tiempo en el que en nuestro país abundaban las farmacias y "boticas" de barrio. No habían muchas y tenías que averiguar cuáles estaban de turno (es decir, las que atendían durante las noches, por si las moscas), pero las que habían eran medianamente decentes, y sobretodo, podías estar seguro de que eran atendidas por personal relativamente competente (léase farmaceutas).

Luego un día vino un ogro malo y dijo "a partir de hoy en el Perú el que quiera podrá poner su farmacia" y las cosas cambiaron (btw, este ogro malo fue el mismo que dijo "a partir de hoy el que quiera que coja su combi y haga transporte público").

A partir de ese momento empezaron a brotar farmacias por aquí y por allá, como acné en cara de quinceañero, farmacias que a las justas si vendían alcohol y eran atendidas por tu vecino, el tío ese que antes tenía una pollería (se me viene a la mente el caso de aquella farmacia que había por mi casa que no tenía ni algodón y al final terminó siendo un laboratorio clandestino de droga... en serio).

Tiempo después, claro, el libre mercado se encargó de hacer que muchas de esas farmacias desaparecieran y al final sólo quedaran las más grandes. Y al parecer, todo iba bien.

Flash forward hacia el presente. Voy un día como hoy hacia FASA, una cadena de farmacias de aquellas que triunfaron después del decreto del ogro malo. Tristemente soy una de esas personas que en su chiquititud era un completo adicto a la leche y que hoy a los 30 sufre de cierta intolerancia a la lactosa (es decir, tomo leche o como queso o lo que sea y mi barriga se infla hasta alcanzar proporciones astronómicas).

FASA es una de las cadenas de farmacias más grandes del Perú, y se caracteriza por ser un híbrido de farmacia-tienda de abarrotes y estación de servicio. Por que aquí no sólo encuentras medicinas sino también pañales, preservativos, cosméticos, revistas, DVDs, gaseosas, dulces y todo tipo de comida chatarra.

Me acerco a la caja y le pregunto a la chica si tiene pastillas para la intolerancia a la lactosa.

- ¿Tiene el nombre de la pastilla que busca? - me pregunta.

Ok, se supone que la chica debería saber, por algo es farmaceuta pero ¡oh! recuerdo que acá no todos los que te atienden saben sobre medicamentos: muchos de ellos son simples vendedores.

- Creo que es Lactax - le digo.

La chica hace como que entiende del tema y busca el medicamento en su computadora. Malas noticias.

- No hay, señor.

- ¿Y no tienes otras pastillas? Lactaid creo que se llama la otra...

La chica busca de nuevo.

- Tampoco, señor.

Desesperado, insisto una vez más.

- ¿Y no tienes alguna otra pastilla para lo mismo?

- No, señor - responde la chica con cara de "¿¿¿No conozco nada sobre pastillas, ok??? Si no me das el nombre no voy a poder ayudarte."

Entonces, básicamente, según entiendo, o FASA no vende ningún tipo de pastilla para la intolerancia a la lactosa o existe alguna pastilla ´por ahí pero con un nombre como "Polifresinoxicuajerintonol" que no es fácilmente identificable. Así de simple, así de sencillo.

Escupo un malhumorado gracias y me voy al frente, al otro lado de la calle donde me espera Inkafarma. Lo malo: tampoco tienen las benditas pastillas. ¿Lo bueno? Al menos son sinceros y me hacen entender el problema de fondo.

- Ya no están viniendo esas pastillas, señor.

- ¿No hay ninguna pastilla para la intolerancia a la lactosa?

- No, ya no llegan.

Entonces, básicamente el problema es que en el Perú ninguna de estas pinches cadenas de farmacias tiene ya pastillas para mi problema. Ninguna. No sé si es por ellas, porque ya no solicitan el producto (porque no es rentable) o si es tema del laboratorio que las trae. El asunto es que, descubro que tristemente, ciertos medicamentos son tratados como si fueran un producto más de consumo masivo: si no venden acá, ya no se traen. Punto.

Y así, regreso a mi casa, furibundo, me acuerdo de la familia del ogro malo y de su libre mercado a la mala, y espero que la próxima vez que coma pizza con mozzarella no reviente.

jueves, septiembre 20, 2007

La Roca del Día

"¡¡¡Te cuento... que no tengo colesterol!!!"
"Así???"
"Sí, pero te cuento... que tengo anemia..."

Conversación entre dos tías regias, escuchada en mi nueva oficina.

martes, septiembre 18, 2007

Combi Trip (o de por qué nunca más creeré en los alcaldes de Lima)

Por enésima vez vuelvo a revisar mi bolsillo. Sí, por suerte, mi celular sigue allí.

El individuo de gorra que está parado en la puerta del bus insiste nuevamente en que, caramba, allí en el medio del pasillo hay espacio (o sea, ¿están ciegos los pasajeros o qué? ¿Cómo es que no ven el tremendo espacio vacío que hay entre las nalgas de la tía, la guata del tío y la mochila del universitario? Allí fácilmente entrarían 20 personas más.)

Desde el fondo una voz femenina dice “permiso”, y yo me preparo para lo que se viene. La tía se ha aventado ya hacia la puerta como si fuera un bus camión sin frenos, pisando zapatos recién lustrados, pateando pantorrillas y metiendo puñetes por doquier. Yo me hago a un lado lo más que puedo y logro evitar que me embista con fuerza, pero recibo de todas maneras un codazo, suave, pero un codazo al fin.

No la culpo. Yo haría lo mismo. Aquí en Lima, cuando estás en una combi y dices “permiso” no lo haces porque realmente estés pidiéndole a la gente que te deje pasar, sino que únicamente estás anunciando que estás a punto de atropellarlos a todos, y guerra avisada no mata gente.

El reloj de mi celular indica que recién son las 7:40 am. El día anterior cometí el error de salir a tomar el bus después de las 8:00 am y lo pagué caro. No sólo me di cuenta que subir a uno de los buses que pasan cerca de mi casa iba a ser imposible (por lo que tuve que subir a un taxi), sino que además, llegué un poco tarde a la oficina de todas maneras. Sí. Fui atrapado por la hora punta limeña. Para que todos se hagan una idea de la hora punta limeña, es algo así como la hora punta que se ve en las películas norteamericanas, sólo que los carros son viejos y botan humo por todas partes (insertar aquí su chiste favorito acerca de las revisiones técnicas).

Una tía deja caer una moneda de un sol y yo, amable como siempre me agacho a recogerla, pero no puedo evitar pensar en que de repente la tía lo ha hecho a propósito y me bolsiqueará ni bien me agache, o peor aún, cual Chupacabras se robará mi saco. La señora suelta un “gracias” cuando le entrego la moneda, y yo, limeñísimo, le respondo con un “ya” (sí, lo siento, antes decía “de nada”, pero hoy, después de leer el otro día el post de Homi, me di cuenta de que ahora respondo con “ya”).

Estoy ya a pocas cuadras del sitio donde tengo que bajarme y en la combi queda poca gente. Y no puedo evitar preguntarme (“I couldn’t help but wonder…”), pucha, ¿hicimos algo los limeños para merecer el castigo diario de nuestro trasporte urbano? Y peor aún, ¿podemos hacer algo para remediarlo? Porque, caramba, esta situación tiene años de años de años. No sé ya cuántas veces El Comercio ha escrito editoriales o reportajes sobre el tema. Y no sé cuantos alcaldes han pasado ya y ninguno ha hecho nada concreto. Nada. NADA. Zero. Zilch. (Y no puedo evitar pensar en – couldn’t help but wonder - los luminosos letreros de neón que iluminan ahora los peajes de la Panamericana sur.)

Al fin, llego a mi destino (“¡Bajo en las Begonias!”) La combi sigue su camino y a lo lejos, un edificio vidrioso me sonríe. Y por enésima vez, vuelvo a revisar mi bolsillo. Sí, por suerte, mi celular sigue allí.

viernes, septiembre 14, 2007

Con el saco sobre el hombro (2)

¿Han notado que en el reino animal el macho es el fashion de la pareja? Está por ejemplo al pavo real macho, que es el que tiene la cola multicolor. O el pájaro fragata macho, que tiene la capacidad de inflar su rojo buche hasta proporciones astronómicas. Y vamos, ¿quién es el que tiene la melena: el lión o la liona?

Sí, allá afuera en la selva es el macho el que tiene que lucirse, es él el que tiene que conquistarla a ella. Por eso la naturaleza decidió que ellos tuvieran algún distintivo que les facilite un poco el trabajo. Tienen que ser coloridos o tener algún atributo especial que los haga llamativos (como una buena cornamenta, por ejemplo).

Pero démosle un vistazo al reino de los hombres y nos daremos cuenta de que la cosa por acá va al revés. Aunque hoy en día cualquiera de los dos puede conquistar al otro, en la sociedad está bien visto que sea el macho el que dé el primer paso. Pero, oh sorpresa, son ellas las que tienen que maquillarse, son ellas las que tienen que colgarse metal por todos lados, y sobre todo, es para ellas que los diseñadores se esfuerzan cada temporada. ¿Y el macho? Bien, gracias. Para el macho humano todo gira alrededor de la combinación camisa-camiseta, saco y/o chompa y el infaltable pantalón. Ni más ni menos. Los catálogos de ropa son pensados casi exclusivamente para ellas, mientras que para los hombres sólo se reservan unas cuantas páginas al final. Para ir a trabajar ellas tienen un sinfín de opciones, mientras que nosotros siempre tenemos que estar con el maldito terno. Para eventos sociales, ellas tienen de dónde escoger. Nosotros, ¿sí, que creen? Terno. Cuando llega el matrimonio, ellas se demoran una eternidad para escoger vestido, porque vamos, hay millones de ellos, de todos los tamaños y sabores. ¿Nosotros? Terno o smoking (tuxedo).

¿Por qué será, digo yo? No es que envidie la ropa que usan ellas, tampoco es que me gustaría llevar algo tan ostentoso como una cola de pavo real (porque eso sólo he visto que lo llevan el día del Orgullo Gay o en el Carnaval de Río), o tener una melena como Leon-O. Y mucho menos me gustaría andar con una buena cornamenta sobre la frente (a nadie, creo yo, jaja!). Pero por una vez en la vida quisiera sentir que el mundo se preocupa por cómo nos vestimos los hombres, y que tenemos tantas opciones como ellas. ¿Porque saben, señores? Nosotros también llevamos ropa.

Lee la parte 1 aquí: Con el saco sobre el hombro (1)

viernes, septiembre 07, 2007

The Twilight Zone - El Chupacabras Que Vino Del Espacio Exterior Y Se Llevó Mi Saco



Hoy el día amaneció como siempre (es decir, el sol salió por el este). Los primeros minutos de la mañana transcurrieron con normalidad: un duchazo rápido, ropa limpia y un sabroso y contundente desayuno sin eventos fuera de lo normal.

Sin embargo, pocos minutos antes de que saliera de mi casa rumbo a la oficina, mi abuela, muy preocupada me pregunta:

- ¿Dónde está tu saco?

Sabía perfectamente a que saco se refería: La noche anterior, al llegar de la oficina, había colgado el saco del terno (traje para aquellos no-peruanos) en una silla. En otra silla reposaba tranquilamente el pantalón. Pero el saco brillaba por su ausencia.

- Lo dejé en la silla anoche- respondí.

Mi abuela me miró con cara de preocupación. El saco no estaba en la silla, eso era más que obvio. EL problema es que mi abuela aparentemente no recordaba haberlo guardado.

- Sí, ya sé que lo dejaste en la silla.. ¿pero dónde está?
- ¿No lo habrás guardado?
- No, yo no lo he cogido para nada...

Ahora, cualquiera que no conoce a mi abuela y con menos paciencia hubiera optado en ese instante por hacer una Jack-Bauerada y procedido a interrogar a mi abuela con todas las técnicas habidas y por haber hasta lograr extraerle la información acerca de la ubicación del saco. Pero yo no. Yo la conozco bien y sé que a mi abuela le gusta jugar de vez en cuando al "Guardar las cosas y luego olvidar dónde las guardé". Tan linda ella.

Conclusión, como aún era temprano (8:00 am), opté por ayudarla a buscar.

15 minutos después habíamos peinado todos los closets de la casa, habíamos mirado debajo de cada piedra, revisado hasta los tachos de basura e incluso dentro del refrigerador. ¿Y el saco? Nada. Zero. Zilch. Zort.

En ese momento no sólo estaba preocupado: ya estaba verdaderamente aterrado. Mi extremadamente lógica mente no encontraba explicación alguna. Sólo quedaba una respuesta posible: El Chupacabras había entrado a mi casa durante la noche y se había llevado mi saco. En mi mente aparecían imágenes terroríficas de El Chupacabras saltando por el campo, atacando al ganado y con mi saco puesto.

Ya veía a la policía encontrando mi saco lleno de sangre de vaca y rodeando mi casa ("¡Sal con las manos en alto, pendejo!"), cuando mi abuela volvió a hablar y me regresó a la realidad.

- ¡No, ya me acordé! Anoche no estaba tu saco en la silla, lo único que habías dejado era una casaca...

"¿Casaca?", pregunté yo. No recordaba haber dejado ninguna casaca la noche anterior, pero había comenzado a dudar: ¿Había dejado acaso el saco en la oficina y sólo había imaginado haberlo traido? ¿De qué casaca hablaba mi abuela? ¿O acaso El Chupacabras había sido lo suficientemente considerado como para dejarme una casaca a cambio de mi saco?

- Sí, en la silla dejaste una casaca negra - dijo la abue, y acto seguido se dirigió a una de las habitaciones.

Interesado, la seguí.

Cuando mi abuela cogió la casaca y me la mostró, comprendí todo.

La noche anterior, al quitarme el saco, me lo había sacado "a la mala" y le había dado vuelta, por lo que el lado interno estaba hacia afuera, incluso las mangas. Y claro, mi abuela estaba completamente segura de que se trataba de una casaca.

Y bueno, ahora El Chupacabras anda por ahí afuera, matando ganado, pero muerto de frío.